jueves, 18 de enero de 2007

Sevillanas





Sarao


Un bordón, luego un acorde, vibraciones de las cuerdas,
arabescos en el aire...

quiebra la frágil cintura, un revuelo de lunares;
los brazos son caricias en el aire.

Esas manos, esos dedos ¿Qué dibujan?;
choque de palillos a un tiempo -la exaltación de la sevillana-
olés, palmas, rítmico taconeo en
repliegue sostenido, fuerte, sonoro como que se aleja,
como que ya viene, que aquí está.

Cómo se sostiene ese clavel en la noche de aquel pelo, es un
coral en los bucles y la boca es una flor.

Su pareja al frente, en viril desenfado poco a poco se le
acerca...
se acarician con los brazos, se acarician con los ojos,
se buscan con los pies y dicen al oído susurros los labios de las castañuelas.

Parece que quieren esquivarse, es sólo para retardar el
momento, para desearse más.

Al fin se rinden:
la cintura quebrada, quedo el bordón,
silente casi el tacón, las caras juntas,
erguidas las cabezas: la distancia, la de un beso;
los brazos de él al talle de ella;
los de la mujer elevados en dos interrogantes
caen desmayados;
los dedos deshechos en cintas de color
escondidos dentro del manto
son un llanto de crespón...

Cante de gitanos, contrapunto de palmas y guitarras.
cesa el taconeo, cesan las palmas,
cesa el cante y afuera,
arriba, alta y pálida, la luna como nunca es bella.











Al trote

Aquella yegua mora de arqueado cuello que al paso de la venta de Antequera con la cara metida, los belfos tocándole el pecho; sudorosa, en el acoso de las reses, pisotea en su trote la hierba de la dehesa.
Aquella jaca de fino pelo, moteado de lunares grupa y lomo, con un lunar dibujado sobre la frente.
Aquella nerviosa bestia, que huele a toro bravo, vestida con jaeces de colores vivos y reata de trenzados.
Aquélla que sus aires son rítmicos acordes de rumbas y bulerías; que a la zaga del becerro, o a la vera de los miuras templa sus cuartos traseros y gloriosa, majestuosa, triunfal lleva al astado más allá de su negro despecho.
Si, aquélla que en la plaza, altanera y suficiente alterna patas y manos, enarca el cuello y piafa, cabriola y da quites en tardes de sol picante y olores a sangre y clavel.
Aquélla que lleva sobre sus lomos al amo, el brazo armado con el rejón.
Aquélla que al sentir en sus ijares las botas de su señor, fiel y presta da lidia; cita, y con elegancia trota al desplante de un toro de trapío.

Aquélla que entre palmas, pulcra y garbosa, pasa a corrales ya, cuando en la arena yace ese botinero de larga y sedosa cola que le ha matado una astilla que le llegó al corazón; ésa, sí señor, es mi yegua, mi yegua andaluza.

Autor: Luis Siabala Valer
Salamanca de Monterrico, 30 mayo 1987.


Pando, 1 agosto 1993.Revisado, 18/01/2007.