lunes, 24 de marzo de 2008

Baldomero Espartero en el Perú


Notas sobre un militar afortunado

Eran los días cuando la independencia de las lejanas colonias españolas de América meridional germinaba efervescente; las juntas de gobierno, al igual que en la metrópoli, brotaban por doquier en las vastísimas extensiones del dominio español y el virrey Fernando de Abascal, desde el Perú, sofocaba los levantamientos con hábil eficacia y denodado esfuerzo.

La presencia de Napoleón en España, que había colocado en el trono hispano a su hermano José y al legítimo rey Fernando VII al otro lado de la frontera de los Pirineos, mantenía ocupados a los españoles en los esfuerzos de la resistencia.

La historia estaba a punto para decantar a un personaje.

Joaquín Baldomero Fernández Espartero Álvarez de Toro, Conde de Luchana, Duque de la Victoria, Duque de Morella, Vizconde de Banderas y Príncipe de Vergara, nació en Granátula de Calatrava, Ciudad Real, el 27 de febrero de 1793. Así recoge la biografía oficial los títulos nobiliarios y los datos del nacimiento de este personaje.

De humildísimo origen; de joven, fiel a la inveterada costumbre española, se le había destinado para sacerdote, pero bien pronto supo que su vocación por las armas era de mayor fuerza que por la de la sotana. Tomó plaza desde temprano en los regimientos de línea y asistió a todos los combates que libraron la guerra de independencia contra los franceses, de feliz corolario con la victoria de Bailén.

Para reforzar al virrey del Perú, la corte de Fernando VII había conseguido desplazar a ultramar a seis regimientos de infantería y dos de caballería, a las órdenes del general Miguel Tacón y Rosique; entre los oficiales de aquella expedición venía Espartero en septiembre de 1814, con en el grado de teniente del Regimiento Extremadura, embarcando en la fragata Carlota hacia América, el 1 de febrero de 1815, para reprimir la rebelión independentista de las colonias. Así, el joven oficial quedó integrado en una de las divisiones que se dirigieron hacia el Perú desde Panamá.

Llegaron las tropas al puerto de El Callao el 14 de septiembre y se presentaron en Lima; venía con ellos la orden que disponía sustituir al virrey del Perú, Fernando de Abascal, Marqués de la Concordia por el general Joaquín de la Pezuela, flamante Marqués de Viluma.

Bien pronto veremos a Espartero en acción exitosa; forma parte del comando del brigadier Jerónimo Valdez que opera en Torata con base en Moquegua. Su carácter fuerte y templado en el combate le hacía eficaz, astuto y cruel con el vencido. Se trataba de evitar la penetración al Perú de fuerzas hostiles procedentes de Chile y las Provincias Unidas del Plata, al mando del general José de San Martín.

Para obstaculizar aquellos movimientos, se fortificaron Arequipa, Potosí y Charcas, tarea que emprendió Espartero con energía y acierto, gracias a sus dos años de formación en la escuela de ingenieros. Entonces le llegó el ascenso a capitán el 19 de septiembre de 1816 y, antes de cumplir un año en ese servicio, el de segundo comandante. En 1823 era ya coronel de Infantería a cargo del Batallón del Centro del ejército del Alto Perú. El 9 de octubre de 1823 el victorioso comandante fue ascendido a brigadier otorgándosele el mando del Estado Mayor del Ejército del Alto Perú.

Es en Arequipa, bella ciudad del sur en la que el militar español se labraría un afecto reciproco con miembros de la sociedad. Allí encontraría en una bella joven de la aristocracia local espacio para los sentimientos.

Gobernaba ya el Perú, el virrey don Joaquín de la Pezuela, inteligente militar del arma de artillería en quien el virrey Abascal había cifrado su mayor confianza y no se había equivocado. Fue enviado al Alto Perú para contener a los rebeldes bonaerenses que victoriosos en La Plata querían extender sus éxitos por los altos páramos del sur del Perú. De la Pezuela, al mando de las tropas coloniales peruanas, obtuvo sendas victorias sobre Belgrano en Vilcapuquio y Ayohuma, y la más importante en las punas de Sipe Sipe, en Viluma, sobre las fuerzas argentinas de Rondeau. La recomendación de Abascal, por esta meritoria conducta, hizo que se elevase al brigadier al rango nobiliario de marqués de Viluma, como jefe del Ejército del Alto Perú.

Pronto reemplazaría al propio Fernando de Abascal, el marqués de la Concordia, en el elevado cargo de virrey del Perú, conforme los hechos y las circunstancias que hemos narrado.

Pero los jóvenes brigadieres españoles llegados al Perú, sobre los que ejercía predominio don José de La Serna e Hinojosa, veían en el virrey un militar anticuado en sus procedimientos y por demás tolerante con los criollos, política que había heredado del sagaz Abascal, gracias a lo cual se le había conferido el apropiado título de Marqués de la Concordia. Ellos mismos eran de esa nueva casta, que como Espartero habían sido testigos de las bondades del liberalismo constitucional votado en Cádiz y por lo tanto les resultaba el virrey, amén de lo dicho, un conservador a ultranza.

A poco se confabularon para derrocarlo, hecho que siguió del llamado motín de Aznapuquio, que tuvo lugar en una hacienda cercana a Lima, el 29 de enero de 1821.

El depuesto de la Pezuela dejó palacio y marchó con su familia y escolta a su bella residencia de la Magdalena, villorrio al oeste de la capital, de clima benigno, estancia apacible y confortable. Poco después el marqués embarcó para España. Al expresar su informe al rey, de inmediato quedó investido de honores amén de un elevado cargo militar.

Naturalmente, el pronunciamiento de La Serna al deponer al legítimo gobernador, había quedado en cuestión. Para evitar males mayores urgía poner al rey al tanto de las circunstancias que dieron motivo a esta destitución. Se decidió entonces enviar a España a un emisario. No se encontró mejor persona para ello que la de don Baldomero Espartero.

Entonces el joven brigadier dejó Arequipa y embarcó para España desde el puerto de Quilca, el 5 de junio de 1824, en un barco inglés. Llegó a Cádiz el 28 de septiembre y se presentó en Madrid el 12 de octubre. A las calidades de resuelto amador y empedernido jugador, sumaba Espartero un hábil trato; consiguió de Fernando VII el crédito suficiente para que La Serna quedase confirmado en el gobierno del Perú y en posición de tan buenas nuevas inició su retorno. Embarcó en Burdeos camino de América el 9 de diciembre, coincidiendo la fecha con la pérdida del Virreinato del Perú.

Un viaje largo, por supuesto, lo suficiente para que en la vieja colonia ocurriesen hechos notables. Es así, que durante su ausencia se había dado la victoria de Ayacucho y los ejércitos aliados comprometidos en esa justa dominaban el Perú ya independiente.

Pero Espartero no lo sabía y al tocar tierra en Quilca el 5 de mayo de 1825, sin noticias del desastre de Ayacucho, es tomado prisionero por lucir uniforme español y portar armas, hecho proscrito en las Capitulaciones firmadas por Canterac en Ayacucho, que prescribían la pena de pasar por las armas al infractor sorprendido en tal estado. En consecuencia se le condujo prisionero con escolta a la ciudad de Arequipa, lugar de las preferencias sentimentales de tan importante reo, pero donde a la sazón también se encontraba el generalísimo Simón Bolívar Palacios.

Leídos los despachos relativos a la captura de Espartero, Bolívar dispuso su fusilamiento. Pero es aquí donde la suerte, esta vez en forma de bella mujer, abogara por su vida. La joven amante se presentó ante el caraqueño para rogarle redimir semejante pena; el generalísimo tampoco era del todo indiferente con las hijas de Eva.

Muy temprano por la mañana del día siguiente el carcelero recibió una nota con la orden del Libertador para que, en el término de la distancia, embarcara el preso para España, desterrado a perpetuidad. El afortunado, reo en capilla, había pasado la noche jugando en firme y logrado ganar una considerable fortuna, que los perdedores suponían jamás habrían de hacerla efectiva. Veleidades del destino, se equivocaron. Suerte en el amor y en el juego.

Llegado a España, se le consideró a Espartero uno de los ayacuchos, mote con los que el pueblo quería afear a los generales españoles vencidos en la pampa de Quinua y que en puridad de verdad no le correspondía, por cuanto, como hemos puntualizado, había salido del Perú antes de estos trascendentales acontecimientos rumbo a Madrid.

La fortuna seguiría sonriéndole, pues algún tiempo después de su llegada durante la cual optó por esposa a una acaudalada dama que lo convirtió en terrateniente, fue llamado por la regente, doña María Cristina, para colocarle al frente de los ejércitos isabelinos enfrentados en al primera guerra carlista, promovida por don Carlos Isidro de Borbón quien había levantado bandera contra la pequeña Isabel II fundado en consideración a normas sucesorias por las que reclamaba el trono para sí.

Nombrado Comandante General de Vizcaya en 1834, bajo las órdenes de un antiguo jefe suyo, el general Jerónimo Valdés, participó así en el frente norte durante la Primera Guerra Carlista, desempeñando un destacado papel, no sin antes haber puesto en fuga distintas partidas carlistas.

Espartero, retomó a las viejas tácticas de astucia y dureza excesiva contra el nuevo enemigo y con excepción de una batalla perdida consiguió con el Abrazo de Vergara, cerca de la ciudad vascuence de Vitoria, concordada con otro ayacucho el general Rafael Maroto, poner fin a esa primera sangrienta etapa de la guerra secesionista. Reanudada más tarde con mayor vigor, siguió su notable actividad distinguiéndose en esta lucha fratricida. En 1834 ascendió a Mariscal de Campo.

Esto le valió para ser nombrado Duque de la Victoria y luego Regente, en reemplazo de doña María Cristina.

Sin embargo, los vaivenes de la política le llevarían a notables cambios, uno de los cuales fue su alejamiento de la corte y su refugio en Inglaterra, para años después retornar a España y finalmente alejarse a la soledad de su casa en Logroño, localidad de La Rioja.

En esta situación, con ocasión de la revuelta del pueblo contra Isabel II, una comisión de notables se acercó a su retiro para rogarle aceptase el trono de España habida cuenta del gran vacío que había acaecido con el destronamiento de la reina, y de esta forma poner fin a los problemas de sucesión. Peligraba pues la corona. Espartero rechazó la tentadora oferta de ser rey de España, en parte por su avanzada edad y también a consideraciones políticas.

Elevado al trono el príncipe italiano Amadeo de Savoya como rey de España con el nombre de Amadeo I y primer Duque de Aosta, quedó temporalmente resuelto el problema sucesorio y el nuevo monarca concedió a Espartero el título de Príncipe de Vergara, el 2 de enero de 1872, con tratamiento de Alteza Real, un caso sin precedentes en los anales de la monarquía española.

Así, don Joaquín Baldomero Fernández Espartero Álvarez de Toro, Conde de Luchana, Duque de la Victoria, Duque de Morella, Vizconde de Banderas y Príncipe de Vergara, alcanzó la provecta edad de 86 años y falleció en Logroño, el 8 de enero de 1879, en poder de considerable fortuna pero sin sucesor directo pues no había dejado descendencia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente articulo, mi hermano... Espartero motivó a que un torero famoso llevase su nombre y una de las 4 sevillanas es Espartero, si seño.... en “Los Ayacuchos”, de Benito Pérez Galdós, figura su nombre al igual que el “Godo Maroto”, en una tradición de Ricardo Palma.

Como decía Palma... si los arequipeños fueron patriotas tibios, las arequipeñas fueron más godas que don Pelayo.

Finalmente, me parece que el verdadero nombre es pampa de Quinua, por favor verifica.

Un abrazo

Rafael

Anónimo dijo...

Estimado Lucho, te felicito por tu dedicacion y empeño en divulgar episodios olvidados o ignorados de nuestra historia. Un pueblo que olvida su pasado está condenado a repetir sus errores. Tu labor es especialmente valiosa para las nuevas generaciones a quienes es imperativo hacer llegar estas patrioticas remembranzas.

Un fuerte abrazo,

Jorge Bejar A
Condiscípulo Ugartino 1956