viernes, 15 de mayo de 2009

Cuando Rugendas visitó Lima

A don Pedro Encina Fariña, Talca-Chile



Autorretrato. Lápiz, Colección Gráficas Estatales de Munich



Johann Moritz Rugendas
(1802, Augsburgo – Weilheim, 1858)



Entre los artistas que visitaron Lima durante el sigo XIX, que corresponde al de su nacimiento como república, se registra la del pintor bávaro Juan Mauricio Rugendas, allanada de esta otra forma sus señales onomásticas al castellano. Habría de dedicarle al Perú, especialmente a Lima, cerca de cuatro años de su existencia que alcanzó temprana partida a los cincuenta y seis años. Buena parte de aquel tiempo en el Perú permaneció en la capital, desde mediados de diciembre de 1842 hasta fines de enero de 1845. Viajó también por diferentes provincias y departamentos del sur.

Dragón de la escolta del presidente. Apunte a lápiz de Rugendas, en Lima


Como quiera que resulte importante los antecedentes de su persona, obra y talento, más aún tratándose de un artista hábil con los pinceles y estupendo en el boceto al lápiz y la acuarela, escribimos algunas notas biográficas de su singular carácter, gracias al cual podremos remontar con mejor crédito la ciudad de Lima cuando todavía persistían en ella las galas cortesanas, bullía el mercado vocinglero y tumultuoso; las damas, tapadas, que en su mayoría acudían a los templos vestidas de saya y manto; separadas de los hombres como en una mezquita se hincaban en los amplios recintos -por entonces carentes de bancas- sobre alfombrillas que portaban jóvenes esclavos negros en traje de ocasión; atildados caballeros de sombrero de copa, jinetes chalanes; profusos coches y carruajes formaban el acervo nacional y eran parte del tráfago urbano, en especial, en día domingo. También, el abuso del poder, la opulencia, la molicie, el esplendor de las mansiones y los balcones volados en cajonería; amén de los numerosos templos, conventos y cantarinas fuentes no fueron ajenos a la retina de testigo tan especial.

Habría de legarnos Rugendas el sabor de aquella capital del Perú en época de la cual aún queda mucho por admirar. Veamos con algún detenimiento los escogidos grabados para entenderlo.

En este punto es fácil intuir que no habría de escapar a su talento la similitud de usos y costumbres asimilados en sus estudios de historia del arte al sentir, en lo limeño, una presencia morisca: las mujeres de toda condición cubrían su rostro como lo hacían las árabes con el charchaf, vestidas con la saya y el manto, acaso el chaftan, o el uso de la alfombrilla, conocida como lacatifa entre las huríes; los balcones volados, “las calles en los aires” al estilo de Rabat, Bagdad, Damasco o del Cairo; mercados de abasto como cualquier zoco musulmán, donde es práctica el regateo, razón y prez del comercio árabe.


Tapada, acuarela; Rugendas, mayo, 1843

Los embaldosados patios con azulejos y pila ornamental, zaguanes de casonas opulentas, allí pendían tapices de Damasco que gastaban muebles de taracea, bargueños y otros menudos artefactos del arte adamascado o de preciada ataujía toledana. Profusos arcos mudéjares en claustros y patios, puertas, ventanas y cancelas. Otro tanto ocurría con los anticuchos, aquellos trocitos de carne ensartados, los pinchitos marroquíes, o el seviche o sibech de tanta fama en Tarifa, Tetuán o Melilla.

Torres y miradores, que semejan atalayas o alminares que al fin de cuentas eso eran; atávicas costumbres imperantes, no desaparecidas del todo en nuestros días.


Si de toros se trata, el atuendo llamado traje de luces, era “a la turquesa” que en el siglo XVI vestían los diestros en España, clara alusión al origen otomano de aquella indumentaria cargada de adornos, botones y pendientes, llamados alamares o caireles, muy presente en Acho en los días de Rugendas en Lima y en toda época antes y después de él.


La recova de Lima. Fragmento de óleo. Rugendas, 1843


En la alameda nueva del Rímac. Óleo, 1843

Datos biográficos

Nació Juan Mauricio en Augsburgo, el 29 de marzo de 1802, hijo de Johann Lorenz, director de la Academia de Bellas Artes de aquella ciudad. Muy temprano, a los quince años, sintiendo la bullente vocación trasmitida por generaciones de familiares de origen catalán, que habían sentado real en aquellas tierras por razones religiosas, ingresa en la Academia de Artes de Munich, la capital bávara.

Más tarde es incorporado a la expedición del explorador barón von Langsdorff, quien necesitaba de alguien que, ajeno a especulaciones e impulsos, describiera al dibujo las muestras naturales con exactitud, como cuadra al rigor científico. El exigente explorador encontró en el joven artista la persona adecuada para su expedición al Brasil, donde llega en 1821.

Su paso por el Imperio del Brasil

Pero el trópico ubérrimo y expansivo pudo más en la sensibilidad romántica de nuestro amigo, en sus eclosivos diecinueve años; entonces, movido por intereses de propia exploración se aparta de von Langsdorff para viajar por su cuenta y riesgo con el propósito de apuntar a mano alzada bocetos y acuarelas de un mundo extraño al suyo, latitudes más bien templadas y frías tan opuestas a las del lejano tropical Brasil.

De regreso a Europa, se publica en Paris el producto de este trabajo en francés, Voyage pinttoresque dans le Brasil, y en edición alemana bajo el título Malerische Reise in Brasilien (Viaje de pictórica en el Brasil, o Viaje pintoresco en el Brasil, que para el efecto la precisión alemana no tiene parangón castellano), con un centenar de planchas litografiadas, editado al cuidado de Engelmann. La demanda obligó a una edición en formato menor y tan solo cuarenta cuadros, se trata de Merkwürdigste aus der malerischen Reise in Brasilien (Lo más notable del viaje pintoresco en el Brasil).



Plaza mayor de Lima, Rugendas. Óleo, 1843

En circunstancias de su presencia en París conoce al barón Alexander von Humboldt, el sabio naturalista conocedor de la América equinoccial, quien interesado en las pulcras láminas de plantas, hojas, helechos, tallos y flores de la vasta herbaria traída del Brasil, recogidas por el pincel de Rugendas, le prodigó su aplauso y protección.

Contagiado de nostalgia y aventura retorna para América. Esta vez visita Haití, México, Chile, Perú, Bolivia, Argentina y el Uruguay, para lo cual elabora un Fahrplan (Plan maestro).

En México

Su presencia de algo de tres años por México y los estados de México, Michoacán, Hidalgo, Guerrero, Puebla, Veracruz, Jalisco y Colima, son motivo de más de 1600 piezas, entre apuntes y cuadros de costumbres. Pero sería en México donde tendrían lugar dramáticas experiencias personales que le pondrían al borde de la muerte; la primera cuando le atacó el cólera, peste que azotaba el hermoso país del mezcal, el tequila y las tortillas de maíz; la monumental Teotihuacan y su singular pueblo. La segunda cuando, en su afán de poner a salvo a dos conspiradores contra el general Ambrosio Benavente y permitirles la huída, es encarcelado por dos meses y luego expulsado del país.

Su obra en aquellas latitudes quedó registrada en Landschaftsbilder und Skizzen aus dem Volksleben von Mexico (Paisajes y bosquejos de la vida popular en México) editada en Darmstadt, Alemania, en 1855 y en Londres en 1858.

En Chile

Pone dirección entonces a la costa mexicana del Pacífico en 1834. Embarca en Acapulco con rumbo a Chile donde ingresa por Valparaíso. Permanece en tierra mapuche, más allá de lo proyectado, cautivado por la belleza del paisaje y lo nativo.

En Santiago es acogido generosamente y habría de quedar atado sentimentalmente a una dama de Talca, doña Carmen Arriagada de Gutike, esposa de un ex oficial prusiano fugado de Prusia por haber dado muerte en duelo a un superior jerárquico. Eduard Gutike, había pertenecido a la expedición libertadora de San Martín en el Perú; herido de bala perdió el uso de una pierna.

Rugendas se avino a una apasionada y clandestina aventura, que terminó con el retiro de la amante en una casa religiosa.

También en Chile su producción es generosa; más de 850 láminas, entre óleos, acuarelas y bocetos se registran allí. Retrata a lo más graneado de la sociedad santiaguina; a él se deben vistas de las obras del tajamar en las riberas del Mapocho, ceremonias patrióticas, una colección de trajes típicos; fiestas populares, escenas de estancia y campo pintadas con destreza y experta ejecución.

Llevado por su espíritu apasionado conoce y emprende amores con una bella joven de Valparaíso perteneciente a una acaudalada familia. Pero, doña Clara Álvarez Condarco, apremiada por la familia dada la naturaleza de esos amores, para no avenirse a una eventual unión, rompe por carta con Rugendas y así termina en fracaso esta nueva relación.

En el Perú

Agregamos a lo expresado en el exordio, que nuestro artista, viajero en estas precarias condiciones sentimentales, o como consecuencia de ellas, decide emprender su proyectado viaje al Perú. A la tierra donde el Sol había sido Dios.

En Lima, José Mauricio se convierte luego en retratista en su mayoría de personajes extranjeros; hace apuntes del Puente de Montesclaros o Puente de Piedra, la Alameda de los Descalzos, mansiones de Lima y ranchos de Miraflores y Chorrillos; de muchas calles de Lima, en una de aquellas llamada Puno moraba por esos días un niño que alcanzaría fama como tradicionista, Ricardo Palma; escenas de campo y costumbres; beatas, mulatos, negros, indígenas, mendigos y cuanto personaje pintoresco era pan de sus pinceles. Viaja por Puno, Cusco, Arequipa, Tacna y apunta a su paso.

Itinerario del pintor –viajero por América:

Río de Janeiro – Minas Gerais - México- Xalapa – Orizaba – Puebla – Cuernavaca – Morelia – Manzanillo – Acapulco – Valparaíso – Santiago – Talca – Constitución - Santiago – La Serena – Cruce de los Andes – San Luis - Santiago – Callao – Arica – Tacna – Lima – La Paz – Cuzco – Arequipa – Valparaíso – Montevideo – Buenos Aires - Río de Janeiro.

Vasta y hermosa producción la de este alemán que finalmente se retira a Weilheim, a orillas del Teck en Würtemberg, donde emprendió un tardío romance que luego de algunas peripecias culminó en casamiento con la joven muniquesa María Sigl, su cariñosa Bettina, hija de un acomodado fabricante de tejidos de aquella localidad.


Pero el recuerdo de su paso por el continente sudamericano le hizo escribir estos sencillos versos producto también de la soledad, el abatimiento y la nostalgia:

Construí un puente
en mis pensamientos,
hacia el ancho, ancho mundo.
De la cima de los Alpes
hasta la lejana cordillera de los Andes.

Un ataque al corazón lo retiró de la vida el 29 de mayo de 1858, antes de cumplir un mes de su boda. Yace sepulto en aquel pueblo de Baviera del Norte.



Dama limeña. Lápiz. Rugendas, 1873

Fuentes:

Juan Mauricio Rugendas, El Perú Romántico del sigo XIX, Editor Carlos Milla Batres. Lima, Perú 1975.

Grabados, obra citada.

Internet: